AHORA EL PUEBLO // El aroma del lechón recién horneado, el dulzor de las uvas y el brillo de las galas nuevas anticipan la llegada del Año Nuevo en Bolivia. Esta celebración no es solo un cambio de calendario; es un crisol donde convergen siglos de historia, ritos transatlánticos y tradiciones que en la actualidad definen la identidad de las familias bolivianas.
El
historiador Randy Chávez explicó a Ahora El Pueblo que las cábalas existieron
en todas las culturas y que gran parte de las prácticas actuales proviene de la
tradición romana. “Los romanos transmitieron estas creencias a los hispanos y,
con la colonización, llegaron a Sudamérica. La misma gente fue la portadora de
esas tradiciones”, señaló.
El uso de
colores en la vestimenta —rojo para el amor, amarillo para la prosperidad o
verde para la fortaleza— se presenta como uno de los rituales más visibles
heredados de la antigua Roma.
Según el
historiador Randy Chávez, lo que inició como una práctica de las ciudades
romanas se extendió a Hispanoamérica, y tras el mestizaje y el comercio se
consolidó como una tradición popular en América.
GASTRONOMÍA
La mesa de
Año Nuevo también funciona como una cábala. Comer bien al iniciar el año
representa el deseo de que la abundancia no falte durante los meses siguientes.
“La creencia dice que si empiezas el año con una buena comida, todo el año vas
a comer bien”, explicó el historiador. Por eso, muchas familias esperan la
medianoche para compartir la cena con parientes y amigos.
Chávez
relató que antes de la llegada de los españoles en la región andina no existían
banquetes lujosos. En La Paz, la costumbre de los pueblos originarios era comer
un guiso de llama con mote, papa, chuño y ahogado, un plato que no se consumía
a diario y que marcaba momentos especiales. El cronista Pedro Cieza de León
dejó constancia de esta práctica en sus registros del siglo XVI.
Con la
colonización llegaron nuevos ingredientes y costumbres. El chancho, introducido
desde Europa, se convirtió en el plato más opulento de Año Nuevo. El lechón,
conocido desde la época romana y medieval, pasó a ocupar un lugar central en la
celebración. A su alrededor surgieron otras preparaciones, como la huarjata,
que aprovechó la cabeza del cerdo y se consolidó como una opción popular, sobre
todo entre los sectores más humildes. Hoy este plato sigue presente en ferias y
mesas familiares, en especial en estas fechas.
Las bebidas
también tienen una carga simbólica. El vino, ligado al dios romano Baco,
acompañó durante siglos el consumo de uvas en estas fechas.
El
historiador cuenta que en Bolivia el singani encontró un espacio propio y dio
origen a los tradicionales “yungueñitos”, preparados con jugos de frutas
cítricas. En tiempos más recientes, el champán se sumó como símbolo de
opulencia y celebración.
Comer las
12 uvas a la medianoche, contar dinero o estrenar ropa responden a la misma
lógica de renovación. Las uvas representan los meses del año y cada una
acompaña un deseo.
Chávez
relató que antes la costumbre era contar monedas durante las campanadas de las
iglesias, una práctica heredada de Europa, con la que se creía se aseguraba
fortuna. “Las campanas marcaban los 12 repiques y cada moneda representaba un
mes de prosperidad”, explicó.
Otras
tradiciones se perdieron con el tiempo. Los días de campo que organizaban los
criollos en zonas hoy urbanizadas de La Paz quedaron en el recuerdo. Pero el
mestizaje cultural permitió que algunas prácticas andinas, como el apthapi y la
lectura de la suerte a través del metal fundido por yatiris aymaras, se
mantengan vigentes hasta hoy.

